Hacía una semana que llovía en Chacabuco. Los caminos estaban muy embarrados y los chicos de la escuela rural Nª 18 no estaban concurriendo a clases.
Las docentes cumplían su función en una escuela del centro de la ciudad y al mediodía del 23 de mayo nos fuimos hacia allí.
Graciela D’Alfonso junto a las docentes nos esperaban nerviosas.
El momento tan anhelado se acercaba.
Cargamos en el auto de Jorge las banderas, algunos obsequios, el botiquín. Algunas de las donaciones para entregarles simbólicamente lo que habíamos llevado. Luego sabíamos que cuando pudieran regresar a clases se encargarían de retirar lo demás que muy bien lo estaba custodiando Mirta en su hotel.
Cuando bajamos del remise y nos abrazamos con Graciela, fue un momento tan hermoso y para mi tan inolvidable. Se hacía realidad finalmente todo lo que habíamos deseado.
Cada uno de los abrazos con las maestras era fundirnos en una complicidad de amor por 97 niños que concurren a la escuela.
Charlamos, lloramos, nos emocionamos, nos reímos. Supimos que necesitan los chicos, como transcurren sus días. Cuales son sus necesidades, sus miedos, sus tristezas, sus alegrías.
Escuchamos a cada una de las “Seño” y tanto Graciela, Viviana como yo coincidimos en la admiración que tenemos hacia la directora como hacia cada una de ellas que deja un pedacito de su corazón cada día que comparten con cada uno de los niños.
Como docente, como mujer… quiero decirles que las quiero y que estaré al lado de ustedes para transitar este camino que es dar amor.
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